lunes, 3 de enero de 2011

Campamento en Santa Rosa de Quives

Queridos amigos:

Hace tres días que terminamos un campamento en Lima. Aunque no le podamos poner un 10 (aquí califican de 0 a 20 y diríamos no podemos ponerle un 20), pero tiene muchas connotaciones positivas. Por ejemplo que el año pasado no fuimos capaces de hacerlo y en este nos fueron 16 chicos nuestros y 5 de una parroquia que nos pidió colaboración. La del artículo anterior del Agustino.

Como yo soy el que lo escribo, ya se sabe que el héroe soy yo, por tanto tengo que enfocar todo como en los currículos: “jolín que bueno que soy”. Pues con el consentimiento del jefe y la confianza puesta en María, me arriesgué a llevar un campamento donde casi todos los chicos eran nuevos en estas tareas, con sólo dos jefes: Manolo T. Amorós y yo. Al final vinieron dos de Arequipa que ya eran veteranos y un subjefe (muy bueno, pero converso en la adultez y que nunca había estado en otra cosa igual) que estuvo casi hasta el final. En todo caso, el montaje de las carpas, ya tuvo su mérito con tan pocos conocedores del tema y el resto del campamento, también.

Enseguida vi que el encuadre que había hecho era defectuoso y lo reformé sobre la marcha quedando el campamento dividido en dos: el de los juveniles, que se desarrolló sin problemas y el de los veteranos que tuvo muchos. En este estaban incluidos los 5 de la parroquia, que luego se quedaron reducidos a 4 por enfermedad de su líder natural. Alguno de ellos tenía una idea un poco idílica y bucólica del campamento y nos costó trabajo aunar las dos visiones. En esos momentos de división yo era jefe de todo y subjefe + subjefe de puntuaciones de la sección de los veteranos, Wilson subjefe de los juveniles y Manolo las puntuaciones de estos. Como el campamento fue muy cortito, de lunes a sábado, esto me duró pocos días.

Las actividades fueron las típicas. En España hay 3 días de campamento volante en Gredos y aquí tuvimos una caminata de uno en un sitio estupendo, que ahora les cuento. Estábamos viviendo en la estrecha zona intermedia entre el mar y los Andes, en la explanada de un santuario de Santa Rosa de Lima a 1.100m. sobre el nivel del mar. Tomamos un autobús y por una “carretera” de tierra subimos hasta un pueblecito llamado Collo, a 2.200. Desde allí bajamos en picado hasta el río, unos 200m. e intentamos descender por las chacras del mismo y sus riveras hasta un cierto sitio a donde nos iban a llevar el almuerzo. Pero no pudimos. Nos tuvimos que regresar. Pero no íbamos a ser tan pescaitos que lo hiciésemos por el mismo camino. Nos aventuramos por otro sitio y efectivamente lo conseguimos. Fue una mañana preciosa. De nuevo en la carretera fuimos bajando hasta llegar al punto “A” de almuerzo, donde nos esperaban. Solo llegamos con media hora de retraso. Como incidentes dignos de resaltar a dos de los grandes les empezó a doler la cabeza y se quejaban mucho. Me pareció extraño y los dije que volviesen a Collo, donde había posta médica. Les di plata y les diagnosticaron “soroche”. Un par de pastillas dormitivas a cada uno, bajarse en carro y a soñar en la carpa de 2 a 7 de la tarde. En el carro que me llevó la comida se bajaron otros dos quejiques. Uno de ellos fue al médico y tenia inflamación de la garganta: pastillas, inyecciones y nuevo. El otro parecido.

La anécdota cumbre fue la de la escalada. El grupo de los veteranos hicieron algunas actividades diferenciadas, entre otras el ascenso a un cerro que tiene una cruz en la cima. Los del pueblo me decían que era muy asequible y que se tardaba sólo una hora. Allá se fueron con un subjefe. Yo les acerqué hasta un camino de tierra que a su costado salía la senda que habíamos visto desde el campamento y que llevaba a la cruz. Pero a la hora de la verdad no la vieron y pasaron de largo, hasta que hartos de caminar decidieron subir a la cima estrenando un camino que se iban inventando sobre la marcha. Nunca lo hubiesen hecho. Después de un tiempo recibí una llamada: “Vicente, ya no podemos subir más, está muy parao y tampoco somos capaces de bajar. La gente está muy nerviosa. Llama a la policía de rescate”. Eso hice pero les anoté que estábamos a dos horas de Lima más lo que tardasen en encontrarlos y en subir, así que se podían sentar a esperar por lo menos 3 horas. En ese lapso de tiempo, se tranquilizaron un poco se encomendaron a la Virgen y al final bajaron ellos solos. Yo llamé tres veces al teléfono de emergencias policiales, a donde había llamado antes, para decirles que ya no viniesen y no me lo cogieron. ¿Y la policía de rescate, y el helicóptero…? No sé, nunca los vi.

Todos los implicados salieron muy devotos de María y les sirvió para estar encantados y con la autoestima por las nubes.

El final del campamento, todos contentos y seguro que Jesús también.

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Escribe: Vicente Guillén

2 comentarios:

  1. Que buenas fotos, y que gratos recuerdos me traes de mis campamentos en Tacna y Arequipa! Definitivamente cuando terminas los campamentos te alegras de haber salido con vida y le agradeces a la Virgen! Je. Ojala hubiera campamentos para parejas de esposos e hijos. Un saludo y enhorabuena por todos.

    Eduardo Carcausto

    www.epidemiasmodernas.blogspot.com

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  2. Eduardo. Está en tu mano armar un campamento familiar. En España llevan varios años organizando el AULA TOMÁS MORALES...¿Te animas? Ya pues, en marcha montañeros...

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